EL SUICIDA*.AUTORA: Leonora Acuņa de Marmolejo.
ELSUICIDA
EL SUICIDA*
AUTORA:
Leonora Acuña de Marmolejo.
Ligia Landaverde había estado
esperando a Roberto Altavilla su
marido, quien como
siempre, solía llegar a casa todos los días laborales a
las siete de la noche.
Llevaban una vida feliz y armoniosa, y ni la más leve sombra de
duda nublaba
ese bello
cielo
de su relación marital. Se habían casado quince
años atrás, y tenían una hija,
quien a la sazón contaba catorce
años de
edad.
Roberto Altavilla, salía
cada día de su casa a las siete de la mañana. Al medio
día llamaba a su mujer
muy mimoso, solícito y cariñoso. No faltaban los ramos de
frescas rosas color durazno
-el preferido por su esposa-, en los eventos importantes de su vida, ni
los
regalos esporádicos, ni las notitas románticas que
frecuentemente ponía como
sorpresa dentro de su delantal o en la mesita de noche, como tampoco
faltaban las
salidas al cine o a la ópera, o a bailar en algún club de
la ciudad. Todos
estos detalles salpicaban de felicidad su vida de pareja aparentemente
feliz.
Ligia Landaverde, siempre
estaba preocupada por mantener su hogar muy organizado, y por tener a
su marido
complacido en todos los aspectos. Se consideraba una mujer feliz, y
pensaba que
a diferencia de muchas de sus amigas, ella tenía un
compañero ejemplar:
Amoroso, solícito, y cumplidor de sus deberes como
esposo y como
padre.
Pero sucedió que aquel día
fatídico -que marcó su vida con la carimba
del desengaño y la
desilución-, recibió una
llamada perentoria pidiéndole que se hiciera presente en el
hospital San Bernardo
de la
localidad.
—Acuda rápido —le
dijeron—, pues su marido se encuentra en la sección de
emergencias en un estado
muy delicado.
Inmediatamente y sin más
dilaciones con el corazón palpitante,
con gran aprensión, y angustia, acudió al
hospital, y cuál no sería su
sorpresa cuando encontró allí a una mujer desconocida que
lloraba amargamente
al pie del
cuerpo cianótico y ya exánime de su marido. Allí
supo con inmensa incredulidad
y con dolor, que Roberto Altavilla su flamante esposo, convivía
con esta otra
mujer llamada Ofelia Betancourt desde hacía cuatro años,
y quien tras de “poner
las cartas sobre la mesa” también le confesó que en
un comienzo, había sido
engañada por él cuando al conocerla se había
presentado ante ella como un
hombre soltero. Se conocieron una vez en que Roberto fue al banco en
donde ella
trabajaba, con el fin de comprar unos “cheques viajeros”
pues se disponía a salir
de viaje con su familia.
Tras de varias
entrevistas, encuentros, y visitas, Roberto se había dado cuenta
de que Ofelia
estaba muy enamorada de él, y ante sus frecuentes reclamos de
por qué no podían
verse a diario como
era lo normal, él se vio forzado a rebelarle la verdad:
¡Era casado! Ese dia,
le rogó casi de rodillas que tuviese paciencia con la
situación y que esperara
un poco mientras él hacía los trámites para
divorciarse de su esposa…
Roberto entonces, había
resuelto la situación visitándola en determinados
días después de las siete de
la mañana, mas nunca por la tarde o por la noche. Ofelia
entonces, ante la
promesa de él y haciendo “un compás de
espera” como
le pedía, había aceptado la situación.
Así convivieron durante cuatro años, porque siempre
cuando ella le planteaba el problema de su
inestable
situación, él acudía a mil excusas: le lloraba y
le suplicaba que le diera “un
poco más de tiempo”. Y ella esperanzada e indulgente y
compasiva,
continuaba en esa convivencia.
Mas sucedió que un día
Ofelia le manifestó su decisión irrevocable de no verlo
más,
pues había encontrado a
otro hombre que sí la amaba de veras, y que
no estaba atado a otra mujer, como
él… Entonces Roberto Altavilla reaccionó en la
misma forma en que lo había
hecho por mucho tiempo: lloró, suplicó, y le
prometió hacerla su esposa a la
mayor
brevedad posible. Pero al
día siguiente al llegar a casa de ella intempestivamente
por la noche -como nunca lo hacía-, encontró allí
a su rival, un hombre muy
apuesto y mucho más joven que él, quien se
disponía según le informó, a salir
con Ofelia al teatro.
Ofelia estaba
deslumbrantemente hermosa con su vestido de noche, y con su cabello
recogido
con peinetones de perlas en una chignón que enmarcaba su rostro
nacarado
dándole un aspecto de diosa. Al verlo tan molesto como reclamando
derechos que no le asistían
porque era un hombre ajeno, ella con determinación le dijo:
—¿Por qué te
sorprende la situación? Yo
honestamente,
ya te lo había advertido. Te ruego por favor no importunarme
pues a partir de
hoy, en seis meses me casaré con Oswaldo mi prometido…
—Si tú haces eso —le dijo
amenazante y con fiereza inusitada—, yo soy capaz de suicidarme.
Acto seguido se retiró
cabizbajo pensando que había perdido la partida, y esta vez
definitivamente…
Aquella noche y como
nunca lo hacía, Roberto llegó tarde a su casa; eran casi las once, pues después de aquella
escena tan
deplorable y triste para él que se había acostumbrado a
aquella cómoda doble
vida, se fue por primera vez en mucho tiempo, a un bar para ahogar
allí en el
alcohol su pena, su desdicha, y su
derrota.
Al verlo, Ligia su esposa
en su intuición femenina y tras de olerlo a licor
y de notar su decaído estado de ánimo, se dio
cuenta de que algo extraño le sucedía. Entonces le
preguntó adónde había
estado, y él muy dubitativamente le contestó:
—Tuve que asistir en la
oficina a una reunión imprevista.
En ese momento ella supo
que su marido le mentía y que algo anómalo y deplorable
que le ocultaba, estaba
ocurriendo en su vida pues cuando él tardó tánto
en llegar, ella llamó a su
oficina y le contestó el propio gerente, quien le informó
que ya todo el
personal había salido como de costumbre a las seis de la tarde.
Ella entonces
guardó silencio, y aunque bastante intrigada por la mentira de
su marido, optó
por esperar para darse cuenta de lo que sucedería más
adelante.
Al día siguiente, Roberto
casi por primera vez no acudió a su oficina, y muy temprano fue
a ver a Ofelia
al banco en donde trabajaba, pero ante sus quejas y reclamos, ella
enfática le
dijo:
—No insistas, por favor,
pues de todas maneras yo estoy determinada
a casarme para organizar mi vida. Ya me has hecho perder cuatro
años con tu
embuste y tus promesas. Él entonces
salió devastado, como
si su mundo se hubiese derrumbado…
Por la noche regresó otra
vez a casa de Ofelia, y cuando nuevamente vio allí a su rival,
dijo en tono
amenazante y resuelto:
—Yo te lo advertí,
Ofelia—. Y sacando el revólver, en presencia de los
enamorados se disparó un
tiro certero en la sien.
Cuando fue llevado al
hospital era tarde ya: ¡estaba agonizando…!
* Del
libro “Fantavivencias de mi Valle”. 2012 Ed. René
Mario.